Bueno, llevo de Erasmus en Teramo un poco más de dos meses ya y todavía no he escrito nada acerca de mi experiencia en mi blog, aunque cierto es que lo tengo muy abandonado. En fin, ahí va todo lo que me apetece soltar en este momento.
Llegué aquí el día 9 de febrero. Estaba emocionadísima, claro, pero a la vez tenía un sentimiento de morriña ya antes de salir del aeropuerto Coruña en el avión destino Madrid, pues me encontraba tan bien en Ferrol con mis nuevos colegas del aulario, gente a la que conocía desde hacía tanto y a la vez tan poco, gente con la que llevaba pasando mi último mes en Ferrol prácticamente a diario, que no me quería ir. Evidentemente, no sólo tenía este sentimiento por ellos, por supuesto, también por el resto de mis amigos, con los que quedo cada fin de semana que vienen sin falta (y si eso no ocurre es siempre su culpa, je), y por mi familia, aunque quisiese librarme de las discusiones por un tiempo.
Pues bien, cogí el vuelo al mediodía en el aeropuerto de Alvedro, a donde me fueron a despedir mi padre y mi padrino, después de despedirme de mi perro, Rocky, en casa, al que por cierto echo muchísimo de menos, de arreglar ya los últimos detalles para mi viaje, y de un trayecto en coche Ferrol-Coruña que me sirvió para pensar un poco (más) en todo lo que me esperaba.
Tras un vuelo de hora y pico llegué a Barajas, Madrid. Allí seguí los mismos pasos que cuando había viajado sola por primera vez - bueno, en realidad yo con otro amigo a los 16 - a Turquía, viaje que me sirvió de guía para defenderme en los aeropuertos cada vez que iba sola. En fin, salí del avión después de sacar increíbles fotos del paisaje nevado de mi querida Galicia desde lo alto, hablé un poco con mis amigos y familia para decirles que estaba bien, y fui a comer. En ese momento viví una situación un poco caótica, pues estaba yo sola con mi carrito en el que había colocado mi bolso que llevaba dentro el ordenador y que, por consecuencia, pesaba la leche, mi mochila llena hasta reventar, mi abrigo, mi jersey, mi bufanda... vamos, que iba cargada cual mula. Lo peor vino cuando tuve que ir a recoger mi comida al mostrador, pues con una mano llevaba ese pesado carro y con la otra una bandeja con unos nachos súper caros y que encima ni me acabé. Cuando tuve que ir al baño también lo pasé bastante mal, pues tuve que dejar el carrito fuera porque no entraba conmigo en la cabina... Esa hora en el aeropuerto fue un momento bastante estresante...
Llegué a última hora a mi puerta de embarque, pasé y el estrés se fue. Me metí en el avión y después de un retraso de media hora, despegamos con rumbo a Roma. Escuché música casi todo el viaje, leí las revistas del avión, saqué máaas fotos del cielo y el paisaje que pude apreciar, intenté dormir sin éxito, y edité fotos, sí, para mi perfil de Instagram.
Recuerdo que la canción que sonaba mientras despegábamos en la capital italiana era "Hombre de ninguna parte", de Xoel López, canción que nos enseñó en el primer curso de turismo una de mis profesoras preferidas, Mavi, mujer apasionada de lo suyo. No podría haber sido más acertada la canción, que me recordó, de nuevo, cuánto me gusta viajar y me hizo emocionarme aún más en esos 10 minutos antes de salir del avión por la grandísima experiencia que se me venía encima.
Bajamos del avión - ahí también viví un momento de estrés porque supuestamente tenía que coger el Gaspari a Teramo a las 8, y ya era casi la hora - y fui hacia la zona de recogida de equipaje, de donde tardaron en salir mis dos maletas como más de media hora. Estaba en un aeropuerto desconocido con un montón de equipaje, no sabía italiano, no podía llamar a mi madre porque la línea española no trabajaba, y sin internet para mirar el horario del siguiente bus. Además de todo esto, no tenía batería en el móvil. Total que me metí en un baño y enchufé mi móvil. Después de varios intentos fallidos de llamar a mi madre, conseguí hablar con ella y le pedí que intentase contactar con mis compañeros de clase de Coruña que también estaban en Teramo para decirles que no llegaba al bus que en principio iba a coger. Misión, por cierto, imposible.
Allí en el baño me hice "amiga" de una chica colombiana, si mal no recuerdo, que vivía en Italia y con familia gallega, cómo no. Ella me dejó mirar los horarios del bus y allá fui después de hablar bastante rato con ella, incluso creo recordar que me dio su número, aunque puede que sea una invención y no un recuerdo...
Salí a la zona de los buses, y después de intentar entenderme con el conductor en una mezcla de italiano, español e inglés, supe que mi parada era la cuarta. Mi destino final: Teramo.